martes, 17 de noviembre de 2020

El Jinquer

Un despoblado morisco en la  sierra  de Espadán

José Manuel Almerich

El caserío del Jinquer, en pleno corazón de la Sierra de Espadán, y dentro del término municipal de Alcudia de Veo, fue un antiguo poblado morisco ubicado en la orilla del río Veo y al centro del valle que lleva su nombre


Abandonado en la actualidad, y totalmente desolado, sólo se mantienen en pie algunas paredes, el trazado de las calles y la iglesia sin techumbre. El castillo, enclavado sobre un promontorio de rodeno practicamente inaccesible, controlaba el valle y protegía a los habitantes y sus animales domésticos en caso de peligro.


Los primeros pobladores del Jinquer vivieron, a igual que el resto de los moriscos de Espadán, de la agricultura y la ganadería, cultivando estrechos bancales donde se plantaban olivos, árboles frutales y sobre todo, cereales, a tenor de los restos de una era que se conserva en la parte alta del caserío.


Las dos fuentes cercanas eran aprovechadas para el cultivo de pequeñas huertas al fondo del barranco y en algunos bancales junto a las casas, por donde era canalizada el agua a través de pequeñas acequias. Cuando los cristianos ocuparon el valle del Jinquer, cuatro siglos después de la conquista, y tras la revuelta de Espadán, introdujeron el almendro y el cerezo, así como ejemplares de castaños que hoy constituyen el único bosque de esta especie presente en la Comunitat Valenciana.


Lo que podemos ver de la Iglesia es muy austero y está en estado total de ruina y abandono. De una sóla nave, rectangular y de pequeñas dimensiones, tan solo quedan en pie las paredes y muros de ladrillo rojo, con contrafuertes exteriores, posee también un arco en la fachada principal rematada de ladrillo, a punto de hundirse.


Al fondo todavía puede observarse el lugar donde estaba el altar, y sobre él, una hornaciona y dos columnas con capiteles muy deteriorados que sostienen una sencilla cubierta a dos aguas. Según la documentación existente, está iglesia fue construída en 1430 probablemente sobre el solar de lo que podría haber sido una antigua mezquita, al igual que Benitandús, otra aldea también abandonada que pertenece a Alcudia de Veo. La iglesia estuvo dedicada a la Purísima Concepción y la campana sigue repicando en la Iglesia de Alcudia de Veo donde fue trasladada.


En 1913 el pueblo tenía 28 casas habitadas y el mismo número de familias, con un centenar de habitantes, pero durante la Guerra Civil, las casas fueron cerradas y el pueblo abandonado definitivamente. En el siglo XVIII vivían diez familias en el Jinquer, y Pascual Madoz cita 10 casas también. Antes de la Guerra Civil había unas cuarenta. El eclipse definitivo se produjo después de la Guerra. Antonio Gil, un vecino descendiente del Jinquer, relata que hasta los años setenta todavía iba alguien a realizar tareas agrícolas, entre ellos su padre, pero hubo un gran incendio forestal que calcinó el valle y quemó lo poco que todavía quedaba. Desde entonces ya no volvió nadie. 


La sierra de Espadán fue uno de los puntos claves de la Guerra del 36 y este frente jamás se llegó a rebasar, ya que las tropas franquistas avanzaron por la costa tras la rotura del frente del Ebro. Muy cerca del pueblo todavía quedan muchos restos de la contienda y aún se pueden ver trincheras y nidos de ametralladoras, así como casquillos de balas y restos de metralla por los alrededores. Justo, el último vecino nacido en el Jinquer, que vivía en Alcudia de Veo, murió el año pasado con poco más de ochenta años.


Hace unos años, Vicente Brocal, vecino de Silla adquirió la finca del Jinquer, el valle, el pueblo y el castillo. Su visión romàntica posee también un sentido práctico: recuperar el valle, reforestar la zona con especies autóctonas y volver a cultivar árboles frutales, como el cerezo, pero de variedades locales que prácticamente han desaparecido. 

                                                                            Vicent Brocal
También tiene la idea de recuperar la fuente cercana y llevar agua al poblado para poder llevar a cabo esta idea de recuperación, con métodos modernos y respetuosos con el entorno, aumentando la diversidad de paisajes. Para ello ha cedido la finca para su gestión a un colectivo vinculado a la custodia del territorio, donde se combina el aprovechamiento agrícola para darle un mínimo de rentabilidad y sobre todo, convertir el valle y su entorno en un bosque mediterráneo con la toda biodiversidad propia de nuestro ecosistema.


Respecto a las ruinas, y sobre todo el castillo del Jinquer, de tipo roquero y todavía con algunas estructuras defensivas bien conservadas, recordemos que durante siglos protegió a los moriscos que habitaban en valle ya que además del papel de vigilancia, era donde se refugiaban con sus animales en caso de peligro, se trataría de limpiar los accesos, recuperar los caminos y sendas y hacer que pueda visitarse, tanto el pueblo como la fortaleza. El castillo del Jinquer fue declarado BIC (Bien de Interés Cultural) y perteneció a la casa de Jérica, perteneciendo al alcaide de Eslida, que además comprendía los castillos de Eslida, Mauz en Sueras, Ahín, Veo y el propio Jinquer.


Hace unos días recorrimos con Vicent el entorno del Jinquer y pasamos junto al bosque de castaños, el único existente en toda la Comunitat Valenciana, puesto que las condiciones que exige este tipo de vegetación son muy exigentes en cuanto a humedad. Las fuentes siguen manando agua pero su acceso es muy difícil, al igual que el castillo. 


Las casas del Jinquer han ido desapareciendo entre la hiedra y la desolación, y tan sólo quedan las estructuras de las calles por las cuales, hace cien años, corrían las vaquillas durante las fiestas y los niños jugaban junto al río Veo y se bañaban en las pozas de aguas cristalinas. Su actual propietario nos cuenta que plantarà robles y alcornoques allí donde sea posible, y se volverá a cultivar almendros, cerezos y olivos en las terrazas perdidas donde se produce el mejor aceite del mundo.


Recuperar el Jinquer es como un homenaje a aquellos hombres que hicieron posible la vida en este rincón de la sierra de Espadán, uno de los parajes más hermosos del territorio valenciano.

Texto y fotografías: José Manuel Almerich

 

 

 

 

 

 

 


lunes, 9 de noviembre de 2020

El Secanet

El lujo de lo cotidiano

José Manuel Almerich

Salva recuerda, como uno de los momentos más importantes de su vida, cuando su familia le dijo hace veinte años - Ya no queremos volver.  Tanto sus hijos como su esposa Gema tenían claro que querían vivir en Algimia de Alfara, un pueblo pequeño y tranquilo del Camp de Morvedre. 


Con poco más de mil habitantes, Algimia se encuentra a caballo entre las sierra de Espadán y la Calderona, allí donde el valle del Palancia se abre para llegar al mar, y allí donde sus aguas riegan, desde tiempos antiguos, los pequeños huertos junto a la población. Al cultivo principal que fue durante décadas el algarrobo, el olivo y la vid, le sustituyeron los naranjos y los mandarinos, junto con otros frutales convirtiendo casi todo el término en regadío, no sólo con las aguas del Palancia, de donde provienen las acequias históricas, sino con pozos a motor. 


Precisamente esta transformación del territorio de secano a regadío es lo que le da nombre a nuestra Casa Rural, el Secanet, topónimo con el que se conocía esta calle y sus campos cercanos cuando se hacía referencia a las últimas tierras cuyo único riego era la escasa agua de lluvia en un clima mediterráneo. 



A pesar de su poca altitud, tan sólo 70 m sobre el nivel del mar, los veranos son frescos y los inviernos templados, ya que los vientos de levante entran generosamente a partir del medio día haciendo soportable el calor veraniego y permitiendo además, toda clase de cultivos. Cultivos que Salva cuida con esmero para ofrecerlos a sus clientes, porque aunque no suele hacer comidas, las cenas son un esmerado mosaico de productos de la tierra, aplicando también la filosofía de cercanía; queso de Almedíjar, tomate valenciano, pulpo del Perelló, patatas de su propia cosecha y aceite de Espadán. 




En el año 2003 Gema y Salvador compran la casa anexa a la de sus padres –todo fue por miedo, nos cuentan, porque al quedarse vacía y ambos edificios compartir un arco de carga, temían que pudiera derrumbarse si la casa de sus vecinos se abandonaba o peor aún, la derruían para construir una nueva. Por este motivo no lo pensaron dos veces y adquirieron a sus herederos la casa que fue, la del barbero del pueblo. 


Los trabajos de reforma y acondicionamiento les llevaron años, y durante ésta época aparecieron todo tipo de utensilios antiguos que el barbero utilizaba para adecentar los rostros y el pelo de los vecinos; peines, cepillos, navajas de afeitar, tazas jaboneras, brochas de pelo de jabalí, tijeras de esculpir y jarras esterilizadoras iban apareciendo en el jardín, ocultas por la maleza, cual restos arqueológicos de una civilización perdida. 


 Algunos los aprovechamos y tras limpiarlos, los guardamos como recuerdo, recuerdo de una profesión desaparecida a la vieja usanza, al igual que los espejos y los sillones de madera que todavía se conservan. 


Poco después, en marzo de 2004 es cuando deciden convertirla en casa rural de alojamiento compartido, una casa pequeña, familiar, humilde y sencilla con cuatro habitaciones pero con todas las comodidades que los huéspedes que buscan paz, pueden encontrar. 


Nuestros primeros clientes, nos cuenta Salva, fueron una familia de israelíes que decidieron conocer a fondo España ya que el padre vivía en Madrid por motivos de trabajo. Y en sus viajes por la península buscaban los lugares con esencia, esencia que sólo casas como el Secanet pueden ofrecer. Todavía los recuerdan con cariño puesto que volvieron varias veces, incluso cuando el resto de la familia visitó España.  En el libro de visitas siguen escritas las palabras de agradecimiento.
 

Gema es una excelente cocinera. Ama con pasión su trabajo y nos confiesa que el día que no disfrute cocinando, dejará de hacerlo. Por eso sus platos transmiten el cariño de una madre que prepara lo mejor para los suyos. Y si los productos son de su propio huerto, incluidas las flores de los pensamientos que decoran sus ensaladas, el placer del comensal está garantizado. 




Las gallinas pasean a sus polluelos por el huerto, los patos pequineses, collverds y pavos albinos viven en su pequeña granja, Salvador solicitó todos los permisos legales y fue declarado núcleo zoológico para tener las máximas garantías. Y entre los huertos, el patio exterior, la piscina sobre elevada por encima de los naranjales y las terrazas de las habitaciones, delicias del verano, Gema y Salvador nos cuentan su manera de entender la vida, una vida que transmiten a sus huéspedes quienes buscan sobre todo, la felicidad. 


Viajan por el mundo sin salir de su casa, por ella han pasado todo tipo de clientes que les han aportado tanta sabiduría a cambio de tranquilidad. Desde hace años, nos cuenta Gema, viene una familia italiana que se reencuentran con su hijo y su nieta. Recuerda cuando su abuela, nerviosa, iba a conocer por primera vez a su nieta, y Gema se encargó de todo, creo el ambiente, la cena, preparó la casa, para que el primer encuentro fluyera con normalidad, y así fue y desde entonces, El Secanet es también, un lugar de conciliación. 


El Secanet es una casa rural que emana fuerza interior, que con su decoración y su ambiente, transmite paz, pero también reconocen que el entorno acompaña. Se encuentra en el punto final de la Vía Verde de Ojos Negros. Aunque en su trazado original partía de las minas de Ojos Negros y llegaba al Puerto de Sagunto, el trazado acondicionado y recuperado es mucho menor, ya que se inicia en Cella (Teruel) y acaba en Algimia de Alfara. Por eso este lugar puede ser ideal para comenzar nuestra travesía, contratar el taxi que nos suba y descender por la vía hasta Algimia, y ¿qué mejor lugar donde pasar nuestra última noche? 


Aún así todos los meses tienen ciclistas que la hacen a la inversa. Llegan a Algimia desde Valencia por la Vía Churra y la Marjal del Moro hasta Puerto de Sagunto para llega al Secanet donde pasan la primera noche. Y a la mañana siguiente continúan hasta Jérica o Segorbe desde donde vuelven de nuevo al Secanet. 


El Secanet también tiene servicio de alquiler de bicicletas eléctricas, por si alguien, con mucha voluntad y menos forma física, quiere iniciarse en la aventura de recorrer a la Vía Verde más larga de España.

 

 



miércoles, 4 de noviembre de 2020

La Perellonà

José Manuel Almerich

Concluida la cosecha del arroz, y antes de que llegue la primavera, es el momento de la Perellonà, una inundación hibernal de las tierras colindantes a la Albufera, que se realiza de forma gradual y con la intervención del hombre. Un espectáculo único donde el lado vuelve a tener las dimensiones que tuvo hace 2000 años 


El lago tiene tres salidas al mar, la gola del Puchol, El Perelló y la gola del Perellonet. Es muy posible que en su origen, hace cientos de años, hubiesen más salidas de agua, pequeñas desembocaduras que solían taponarse por la arena acumulada en la playa a causa de las corrientes, y otras de mayor envergadura como el caso de El Perelló, que permitían la evacuación al mar Mediterráneo del exceso de agua en la Albufera, especialmente los años de lluvias abundantes. 


En la actualidad las desembocaduras de la Albufera que atraviesan la Devesa están reguladas por compuertas a fin de mantener el nivel del lago y evitar que el agua salada entre en la Albufera al estar por debajo del nivel del mar.

A principios de noviembre, las compuertas de las tres salidas se cierran y en unos días, el agua inunda totalmente los campos de arroz, los caminos y las marjales limítrofes, de forma que la Albufera recupera la extensión que tuvo a finales de la Edad Media. La inundación se mantendrá hasta finales de febrero, momento en que las compuertas vuelven a abrirse y los campos se quedarán totalmente secos. La finalidad es poder trabajar la tierra y dejarla preparada para la siembra del arroz.

Este es uno de los mejores momentos para recorrer el entorno de la Albufera en bicicleta. Es cuando más cantidad de aves pueden observarse ya que salen del lago y se dispersan por los campos inundados. Cormoranes en vuelo, pollas de agua, coll verds, aguiluchos laguneros, anátidas de todo tipo, garzas reales, garcetas comunes y bueyeras, algún martín pescador y grandes bandadas de estorninos, así como infinidad de aves granívoras como palomas torcaces, jilgueros y colirrojos, cruzan el cielo sobre todo en las horas del atardecer cuando el cielo, en esta época, adquiere un rojo intenso y la atmósfera se impregna de matices creando un ambiente de belleza extraordinaria.

Según nos cuentas los documentos históricos, en el año 1845 comienza a mencionarse una localidad que tiene su origen en un grupo de barracas junto al mar, aunque su existencia es muy anterior. Se trata de El Perelló, que en sus inicios surge ligado a la pesca y a la regulación de los niveles de agua. Sus habitantes viven en la cota más baja de la Albufera, en unas condiciones muy precarias, al igual que en el Palmar. La existencia del Perelló siempre ha estado ligada al municipio de Sueca, y comienza a adquirir cierta relevancia cuando se construyen las compuertas en su desembocadura. Su situación limítrofe siempre ha sido un motivo de disputas entre la ciudad de Valencia y Sueca, ya que el límite de ambos términos se sitúa precisamente en el canal. Los primeros pobladores del Perelló fueron pescadores procedentes de El Palmar junto con otras pedanías del sur de Valencia, pero poco a poco la agricultura fue ganando terreno y adquiriendo cada vez mayor relevancia en la economía de sus habitantes. Las zonas húmedas fueron desapareciendo y las marismas desecadas, a la vez que el lago se iba aterrando convirtiendo las tierras inundadas en pequeños minifundios de huerta donde las características del terreno, fértil i arenoso, hacían que los productos del campo tuviesen una calidad especial, entre ellos el tomate valenciano, cuyo sabor es inconfundible y que está considerado como uno de los mejores tomates del mundo. Hay quien opina que su sabor viene de la tierra arenosa, al cultivarse muy cerca del mar, donde la brisa marina les da un aroma especial que sólo puede conseguirse aquí, otros cuentan que es por el agua con la que están regados, procedente del lago,  y hay quien opina que es el microclima de esta parte de Valencia.

Según algunos cronistas, no se sabe a ciencia cierta si la gola del Perelló es una desembocadura natural o que fue abierta por la mano del hombre para hacer posible el cultivo del arroz. Lo más probable es que esta desembocadura existiese desde tiempos ancestrales y que se abría o se cerraba según las corrientes, las circunstancias meteorológicas o las mareas. El hombre la modificaría para adaptarla a sus necesidades, y hasta 1971, fecha en que se construyó el puerto pesquero y deportivo actual, El Perelló se denominaba la Gola, que se aterraba durante los temporales de levante en invierno haciendo posible su paso de orilla a orilla, o se abriese con la crecida de las aguas del lago. Es difícil saber el origen del topónimo, cuyo significado puede venir de “perillós” o peligroso por su ubicación ante las avenidas de agua, o del fruto del perelloner, una especie de peral cuyo fruto es idéntico a la pera. Otros estudiosos lo atribuyen al origen latino de los pereylons o pereirons, cuyo significado es fita o piedra que indicaría límite territorial de términos o geográficos, una explicación también bastante lógica.

La perelloná viene ligada a estas acciones de cerrar o abrir las compuertas. Cuando se soltaban las aguas a los arrozales procedentes del río Júcar o del mismo lago, a esta acción se la denominaba “perelloná” que sigue utilizándose por las personas mayores, y cuando el nivel de las aguas alcanzaba el punto referenciado por una fita en el Perelló, se decía que ya había alcanzado el nivel de perelloná, o nivel máximo.

Hoy en día el Perelló que da nombre a este fenómeno tan peculiar en la Albufera, es un núcleo turístico que comenzó a tener relevancia en los años sesenta, siendo una zona residencial de veraneo para la burguesía valenciana. Al igual que lo hizo Blasco Ibáñez en la Malvarrosa, o el Pintor Sorolla, el maestro Serrano se construyó una preciosa casa modernista junto a la desembocadura donde se mudó a vivir definitivamente. En sus crónicas reconoce que la mayor parte de su obra fue compuesta allí, y la belleza del entorno le inspiraba profundamente. La falta de sensibilidad hizo que se autorizase su demolición parpara construir un bloque de apartamentos en los años 80.

Antigua Casa del Maestro Serrano en El Perelló 

Hay años como este que la perelloná se retrasa por la sequía y el bajo caudal del río Júcar, pero poco a poco el lago y su entorno alcanzarán su máxima inundación invernal en unos días y las acequias van llenando de agua hasta el último rincón del parque natural. Tras la perelloná vendrá l’eixugà, que es el momento de la “fanguejà” que prepara el suelo convertido en barrizal para la plantación de arroz, y que ofrece alimento a miles de aves al remover la tierra

Tras la «perelloná» y «l'eixugà», es el momento de la «fanguejà», una práctica que además de preparar el suelo para la plantación del arroz, ofrece alimento a miles de aves en el espacio natural y que evidencia las sinergias entre medio ambiente y la agricultura

 

La “perelloná” es una práctica muy beneficiosa para los campos de arroz, pues no sólo permite al subsuelo del lago recuperar nutrientes, sino que favorece la aparición de la llamada “pulga de agua”, un pequeño crustáceo que elimina los residuos que hay en su entorno haciendo que las aguas del lago recuperen su aspecto cristalino. Esta actividad conlleva que, desde la superficie se pueda observar con detalle el fondo de La Albufera, algo que no sucede durante el resto del año debido a la gran cantidad de nutrientes que se concentran en su interior y que le dan un aspecto turbio.

La “perelloná” es una práctica de riego que tiene acciones similares en otras partes del mundo. De hecho, ya el propio Herodoto describía en sus crónicas sobre Egipto, que los campesinos que trabajaban los terrenos cercanos al cauce del Nilo utilizaban sus crecidas para programar sus cosechas y propiciar el depósito de nutrientes como el limo y el lodo, al tiempo que aparecían pequeños insectos que propiciaban la limpieza de sus aguas.

Tenemos que aprovechar el momento, ya que este cambio en el paisaje se produce sólo durante unos meses. Luego vendrá la plantación del arroz y tras la recolección del grano los campos volverán a quedar secos hasta el invierno. Son los ciclos agrícolas, que van parejos a los ciclos de la vida. El hombre, durante generaciones, se ha adaptado a los ciclos de la naturaleza, y éstos a su vez, con el tiempo y la cultura, han sido condicionados por él. Por eso este paisaje es mas obra del hombre que de la naturaleza. Adaptado a sus necesidades, el lago de la Albufera sigue siendo la referencia de miles de aves en su viaje migratorio, y las inundaciones anuales son la clave de la biodiversidad.

Aprovecha estos días y da la rodea en bici la Albufera. Con un desnivel acumulado de apenas cuatro metros, la sensación es de rodar sobre las aguas.  Un privilegio para los vecinos y visitantes, tener este paraíso tan cerca.  

martes, 1 de septiembre de 2020

La sierra de Aracena

Los bosques atlánticos mejor conservados de Sierra Morena

José Manuel Almerich

Los días previos a la Navidad son un buen momento para viajar. Se viaja para escapar o para encontrar, pero a veces nos perdemos buscando y otras en cambio, encontramos sin buscar. Recorrer la sierra de Aracena es adentrarse en los bosques atlánticos mejor conservados de Sierra Morena 


La sierra de Aracena es la hermana mayor de Espadán. Viven lejos, es cierto, pero ambas tienen una gran similitud tanto en el color de su geología como en el vestido verde que las envuelve. Aracena está más abrigada, el bosque que conforma su piel tiene mas exuberancia, los castaños abundan y los alcornoques, encinas y robles adquieren una dimensión a la que en nuestras montañas no estamos acostumbrados. 


Espadán es más humilde, sus árboles son más pequeños, y castaños apenas tiene medio centenar en la umbría del Rápita, cerca del Jinquer. Los robles hace tiempo que desaparecieron. La vegetación aquí ha sufrido más, los incendios y el hombre la han maltratado y los pinos, oportunistas, se aprovechan de la situación. En Espadán han ocurrido las mayores tragedias de la historia valenciana. Carlistas, moriscos y soldados en la última Guerra Civil sufrieron la dureza y el sometimiento a un relieve escarpado donde muchos de ellos perdieron sus vidas. 


Mientras en Aracena los pueblos se mantienen, en Espadán, excepto Chóvar y Aín, la arquitectura tradicional apenas se conserva, aunque el ambiente morisco todavía se respira en sus estrechas y profundas callejuelas. En la sierra de Espadán pastaron cabras y ovejas, en Aracena el cerdo ibérico. Esa también es una diferencia, porque mientras el aceite de Espadán es extraordinario, en Aracena el aceite de oliva tiene patas negras. Es tan saludable el muslo de un Jabugo bien curado como una tostada de pan con aceite y miel. Ambos saben a encina y a madroño, a bellota y aceituna, a jaras, brezos y castaños. Saben a olivillas, agracejos y madreselvas, a la tierra roja acariciada con los aires húmedos del océano y del mar 


Los días previos a la Navidad son un buen momento para viajar. El viaje siempre es interior. Se viaja para escapar o para encontrar. A veces nos perdemos buscando y otras, encontramos sin buscar. Cuando pase el tiempo sabremos lo que quedará del viaje en nuestra vida. Y el tiempo, precisamente no acompaña en estas fechas. La naturaleza se muestra poco generosa. Aun así, la soledad de los lugares, sean montes o ciudades, nos permite recrearnos con mayor intimidad, y reservar aquel alojamiento especial que, escondido en nuestra agenda estará libre en estas fechas. 


La gente mira sorprendida por las ventanas mientras el agua moja nuestros rostros y el frío del invierno nos recuerda que todavía estamos vivos. 


La sierra de Aracena no fue muy amable. Es tierra de montaña y como tal, de vez en cuando se empeña en recordar quién manda en sus caminos. Aun así aprovechamos el tiempo los momentos que la lluvia nos dio tregua y cruzamos los escarpes de los Picos de Aroche y las sierras de la Virgen y San Ginés. La sierra de Aracena toma el nombre de la preciosa población donde el gazpacho de invierno, las migas y el Sánchez Romero Carvajal son entre otros muchos, sus principales alicientes gastronómicos. Estamos en montanera, ese corto periodo de tiempo entre el otoño y finales del invierno en el cual los cerdos ibéricos pastan libremente por las dehesas y comen todo tipo de bellotas. En sus pueblos venteados se cura el Jabugo y los mejores jamones son los de la serranía de Huelva. 


El primer día recorrimos los castaños desnudos entre pequeños cortijos y paredes de piedra cubiertas de musgo hasta alcanzar la población de Fuenteheridos. Un descenso rápido entre el puerto de Alájar y la ermita de los Ángeles nos llevó al pueblo donde nos dieron de comer en un antiguo cine-teatro convertido en restaurante. Recubiertas de corcho sus paredes y atentos sus dueños nos dejaron bajo la mesa un brasero donde recuperamos el calor y el apetito. 


Jamás había probado el secreto ibérico a la brasa con tanas y gurumelos, acompañado de un potaje dulce de castañas. Después seguimos por el antiguo camino hacia Aracena bajo un túnel de gigantescos castaños que nos llevó, en apenas unas horas hasta el centro de sus calles decoradas para Navidad. Permitid que os recomiende un hotel en Aracena: Finca Valbono, en plena sierra pero muy cerca del pueblo. Rodeado de encinas y alcornoques, los cerdos de pelaje negro se acercarán curiosos a husmear en las ruedas de nuestras bicicletas. 


Recorrer la sierra de Aracena es adentrarse en los bosques atlánticos mejor conservados de Sierra Morena. Una de las primeras impresiones que recibes al visitar este espacio es la abundante e inaudita masa arbórea que lo cubre. De las 186.000 ha que tiene la superficie protegida del Parque Natural, cinco veces mayor que la sierra de Espadán, nada menos que 127.000 están arboladas. Tan sólo el quercus en sus tres especies (roble, encina y alcornoque) ya ocupa más de cien mil hectáreas, el sesenta por cien de su superficie. 



Fue la vegetación, más que su altura, lo que hizo a Sierra Morena impenetrable. De su espesura viene el nombre y de Aracena la parte más humana de la sierra. Los Picos de Aroche pegados a Portugal, ya son tierras de frontera. La intervención del hombre a lo largo de la historia, ha hecho posible este paisaje. 


Corcho, jamón y castañas han sido siempre sus recursos naturales, y mientras existan, existirán sus bosques. Encontrareis su ausencia en ruinas y senderos, en los surcos de la tierra, y también en los árboles y cercas. 


Una ausencia habitada de sueños y trabajo, un mundo perdido que poco a poco va desapareciendo y al igual que en Espadán, guarda entre las verdes ondulaciones y el frío penetrante del invierno, las joyas más preciadas de la cultura musulmana.


Texto y fotografías: José Manuel Almerich